“Muchos han creído lo que Dios ha escrito y dicho de mí, pero nadie lo ha creído más que yo”.

Esta poderosa afirmación, escrita hace más de veinte años en los albores de mi encuentro con el Señor, sigue resonando en mi espíritu como un faro de esperanza y determinación. En mis días de juventud, envuelta en complejos, heridas y traumas, Dios me rescató y me mostró el hermoso plan que había trazado para mi vida. Desde entonces, he caminado con la firme convicción de que nací para grandes cosas, inspirada por la fe en el Dios que me llamó a ser parte de sus planes eternos.

A punto de cumplir 40 años de vida, puedo afirmar con certeza que el sueño que Dios tiene para mí se está haciendo realidad día a día. Por su gracia, he descubierto mi propósito: adorar, amar, servir, cantar, escribir, enseñar y dar sin reservas lo que por gracia he recibido, siendo un instrumento de su amor y poder en este mundo.

Al igual que trató con David y José en la Biblia, Dios me dio un sueño en el que me veo elevada, próspera, sana, feliz, plena, hablando de su amor y su grandeza y siendo un referente de inspiración para otros.

José, el hijo amado de Jacob, fue vendido como esclavo por sus propios hermanos debido a su visión profética y a la envidia que generaba en ellos. A pesar de enfrentar la traición y la injusticia, José nunca perdió la fe en los sueños que Dios le había revelado. A través de su increíble viaje desde la cisterna, la cárcel y hasta el palacio, José demostró que el poder de los sueños es más grande que cualquier adversidad. Al final, se convirtió en un poderoso líder en Egipto, cumpliendo así el propósito divino para su vida.

David, el pastor de ovejas convertido en rey de Israel, también experimentó el menosprecio y la incredulidad de quienes lo rodeaban. Aunque era el menor de su familia y no parecía tener el perfil de un líder, David confiaba en la promesa de Dios y se aferraba a sus sueños con valentía y determinación. Derrotó al gigante Goliat con una simple piedra, una honda y una fe inquebrantable, demostrando que la grandeza no se mide por la apariencia, sino por el corazón.

Las historias de José y David son testimonios vivientes de la importancia de aferrarse a los sueños, incluso cuando el mundo duda de nuestras capacidades. A través de sus vidas, aprendemos que el poder de los sueños es más grande que cualquier adversidad y que la fe en Dios nos sostiene en nuestro camino hacia la realización personal.

En el tapiz de la historia humana, vemos cómo aquellos que se atrevieron a soñar en grande, a pesar de los desafíos y las dudas, dejaron una huella imborrable en el mundo. ¿Te estás atreviendo tú a soñar?

Hoy te invito a soñar, a no sucumbir a la tentación de renunciar a la realización de tus sueños cuando otros duden y transmitan esa duda. Frente a la burla y el desaliento, es crucial adoptar una actitud de indiferencia; volvámonos sordos a las críticas, ciegos a las negatividades y mudos ante el desánimo. Cuando alguien nos diga que nuestros objetivos son demasiado ambiciosos para alcanzarlos, recordemos que poseemos el potencial para alcanzar alturas inimaginables, incluso hasta el cielo, con nuestras alas espirituales.

Si alguien nos insinúa que nuestros sueños son demasiado grandes para cargarlos o demasiado preciosos para poseerlos, recordemos que el Dios que nos ha otorgado esos sueños es infinitamente mayor que cualquier obstáculo. Porque soñar es vivir, y vivir implica alinearnos con el propósito divino, mientras aguardamos la realización del más grande sueño de todos: alcanzar nuestro destino final, el Cielo.

 

«Pues yo sé los planes que tengo para ustedes—dice el Señor—. Son planes para lo bueno y no para lo malo, para darles un futuro y una esperanza» (Jeremías 29:11 NTV)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño, 

 

Nataly Paniagua