Aquel día gris del mes de diciembre del año 2017, en la sala de la Unidad de Cuidados Intensivos, recibí la noticia de que mi hermana menor había mejorado. Había sido ingresada un mes antes debido a una severa eclampsia, posterior al nacimiento de su primera hija. La doctora a cargo de la UCI nos informó que, a pesar de la mejora en su estado físico, su actitud negativa estaba obstaculizando su recuperación. Se resistía a colaborar, no seguía las indicaciones para comer o tomar su medicación.
Al conversar con mi hermana, me sorprendió su respuesta. No entendía por qué estaba allí, se sentía culpable y afirmaba que las enfermeras la maltrataban. En resumen, se victimizaba ante su difícil situación. A pesar de que tenía razones para sentirse así, esa actitud pesimista no la conduciría a una pronta recuperación.
En el viaje de la vida, nos encontramos con desafíos y adversidades que ponen a prueba nuestra fortaleza interior. ¿Cómo enfrentamos estos obstáculos? ¿Nos convertimos en víctimas o asumimos la responsabilidad de superarlos? La elección es nuestra, y en ella radica la diferencia entre la resiliencia y la derrota.
Cuando adoptamos la mentalidad de víctima, nuestra atención se centra en todo lo negativo de las circunstancias. Nos sentimos culpables o culpamos a otros por las situaciones que estamos viviendo. Cuestionamos el porqué de lo que nos sucede y nos sumergimos en la queja y la impotencia. Esta mentalidad, aunque comprensible, puede ser perjudicial, ya que limita nuestra capacidad para tomar decisiones efectivas y asumir la responsabilidad de cambiar nuestra situación.
Por otro lado, la resiliencia surge cuando reconocemos nuestra capacidad para resolver los problemas. No se trata de culparnos a nosotros mismos por las tragedias o dificultades, sino de preguntarnos: ¿Qué puedo hacer yo? Esta pregunta poderosa activa nuestro cerebro en busca de soluciones. Nos impulsa a actuar, a buscar recursos y a avanzar.
La resiliencia no es solo la habilidad de recuperarnos de un golpe, sino de salir fortalecidos. Cada adversidad es una oportunidad de crecimiento y aprendizaje. Aprendemos a adaptarnos, a encontrar nuevas formas de enfrentar los desafíos. La resiliencia nos hace más sabios y nos enriquece como seres humanos.
Todos enfrentamos momentos difíciles en la vida: pérdidas, fracasos, traiciones. Pero la elección está en nuestras manos. ¿Seremos víctimas o resilientes? La víctima se queda en la queja y se detiene ante la situación, mientras que el resiliente busca soluciones. La víctima se siente impotente, mientras que el resiliente toma las riendas de su vida.
Es válido buscar apoyo. No enfrentemos los obstáculos solos. Podemos buscar ayuda, compartir nuestros sentimientos con las personas correctas y conectar con otros. Cuidemos de nosotros mismos. La resiliencia se nutre de una mente y un cuerpo saludables. Descansemos, alimentémonos bien y mantengamos una actitud positiva.
Atrévete a ser fuerte, a crecer y a enfrentar la vida con valentía. ¡Tú tienes el poder de elegir! Con el tiempo, podemos aprender a ver nuestras circunstancias desde una perspectiva más empoderada y tomar medidas proactivas para mejorar nuestra vida. Identificar y desafiar los patrones de pensamiento negativos, así como desarrollar habilidades de resiliencia y afrontamiento, son pasos fundamentales en este camino.
Hoy te invito a cultivar la actitud de la resiliencia cambiando el enfoque ante las situaciones difíciles. En lugar de afligirnos, culparnos, sentirnos inferiores o los más desdichados, y de cuestionar por qué esto nos sucede a nosotros, preguntémonos qué puedo hacer para que esta situación sea diferente. El poder está en nosotros. Recordemos nuestras victorias pasadas y sepamos que Dios lo hará otra vez a nuestro favor. Pues aun no ha terminado con nosotros y recuerda también que nuestro final destino es el Cielo.
“Una palabra final: sean fuertes en el Señor y en su gran poder. Pónganse toda la armadura de Dios para poder mantenerse firmes contra todas las estrategias del diablo” (Efesios 6:10-11 NTV)
¡Feliz y bendecida semana!
Con cariño,
Nataly Paniagua