La mezcla compuesta por ceniza, sal y limón fue aplicada en la herida ensangrentada y enrojecida de mi rodilla aquel día. Grité con fuerza a todo pulmón, liberando mi dolor al viento. Esta maravillosa combinación era el remedio que mi madre había perfeccionado con destreza para cada rasguño, raspón o corte.

Desde que tengo memoria, ella la nosotros en mí y en mis hermanos para sanar y acelerar la cicatrización de las heridas. Mi madre se consideraba una química consumada al prepararla y una enfermera experimentada al aplicarla sin piedad en el área afectada de cada uno de sus hijos. Incluso se atrevió a recomendarla a los vecinos.

En una ocasión, le pregunté de dónde había obtenido la receta. Con orgullo, me respondió que la había heredado de su madre, quien a su vez la había recibido de su predecesora. Debo decir que, extraordinariamente a pesar del intenso dolor y picor que como imaginarán producía el remedio, la efectiva sanación del área afectada y la posterior cicatrización parecían un acto de magia.

Hoy, en medio de situaciones dolorosas, reflexiono sobre la importancia de brindar cuidados y medicamentos adecuados a nuestras heridas . Esto asegura la recuperación y evita que el daño se propague a otras áreas o que se generen infecciones.

Las heridas físicas pueden sanar con medicación natural y medicamentos químicos (aunque espero que nunca utilicen la receta de mi madre). Sin embargo, las heridas del alma y el corazón requieren un trabajo interno. Rendirnos al Señor, perdonar, soltar, dejar ir, cerrar ciclos; estos son solo algunos de los medicamentos necesarios para sanar el interior. Aunque estos medicamentos emocionales duelen, son necesarios y esenciales para crecer, resurgir, levantarnos y alcanzar nuevos niveles de plenitud y éxito. 

Quizás hoy estés atravesando una situación dolorosa. Tal vez te recuperas de un proceso clínico, una caída o una lesión física. O quizás tu corazón siente gran dolor por esa herida emocional causada por la pérdida, el engaño, el abandono de esa persona amada, la traición o esa dolorosa separación. Es que a veces las lágrimas no pueden contener el dolor que se suma al de la misma herida. 

Permíteme decirte algo importante:  sé que duele , pero también puedo asegurarte de que es necesario . Y de algo estoy aún más segura es que el dolor también pasará, pues Dios aún no ha terminado contigo. Sin lugar a duda hay un propósito detrás de cada herida recibida, de cada dolor padecido y de cada cicatriz que se produce.

Hoy te invito a tomar una decisión valiente: aplica el medicamento que tu herida física o emocional necesita . Aunque pique, duela o arda, continúa aplicando hasta que esa herida sane y finalmente se convierta en una cicatriz. Cada cicatriz es una evidencia del amor del Padre y un testimonio de las batallas libradas y las victorias obtenidas en esta aventura que llamamos vida. Mientras nos preparamos cada día para llegar a nuestro destino final: el Cielo.

 

"Él sana a los de corazón quebrantado y les venda las heridas" (Salmos 147:3 NTV)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

Nataly Paniagua