En 1969, Philip Zimbardo, psicólogo social de la Universidad de Stanford en los Estados Unidos de América, llevó a cabo un experimento intrigante. Abandonó un coche en el Bronx, un barrio conocido por su mala reputación, pobreza, peligrosidad y alta tasa de delincuencia en aquella época. Los colaboradores de este proyecto dejaron el vehículo con las placas de matrícula arrancadas y las puertas abiertas para observar qué ocurría. En tan solo diez minutos, el coche comenzó a ser desvalijado. Tras tres días, ya no quedaba nada de valor en él; estaba deshecho.

El experimento tuvo una segunda parte, que consistió en abandonar otro vehículo idéntico al anterior y en condiciones similares, pero en este caso en un barrio considerado rico y tranquilo: Palo Alto, California. Durante una semana, no le pasó nada al vehículo. Sin embargo, Zimbardo decidió intervenir, tomó un martillo y golpeó algunas partes de la carrocería e incluso rompió una ventana. De esta manera, el coche pasó de presentar un estado impecable a mostrar signos de maltrato y deterioro. A partir del momento en el que el coche mostró un mal estado, los habitantes de Palo Alto patearon, golpearon y tiraron piedras al vehículo a la misma velocidad que lo habían hecho los habitantes del Bronx.

El resultado de este fascinante experimento se convirtió en la llamada “Teoría de las Ventanas Rotas”, gracias al trabajo de los científicos James Wilson y George Kelling en 1982.

Mientras reflexionaba sobre esta teoría y considerando que, en mi hermoso y democrático país, la República Dominicana, nos encontramos en procesos de elecciones municipales, congresuales y presidenciales, donde tendremos la oportunidad de elegir nuevamente a nuestros líderes, quienes dirigirán los destinos de la nación durante los próximos cuatro años, vino a mi mente la importancia y necesidad de tomar decisiones acertadas. Estas decisiones deben estar guiadas más allá de nuestros propios beneficios personales e individuales, y más bien por los beneficios generales de toda la comunidad. Por lo tanto, es imperativo que nos organicemos en todas las áreas de nuestras vidas, hogares, familias y comunidades.

Las ventanas rotas y sin reparar en nuestra vida representan desorden, descuido y transmiten a los demás la sensación de que no nos preocupamos por el mal estado de las cosas. Estas ventanas rotas serán un punto de partida para que otros continúen rompiendo y dañando. En otras palabras, la falta de acción para corregir algo que está mal envía un mensaje de que tales actos son tolerables para nosotros y por ende son motivadores naturales de que los demás los cometan también.

Esta teoría es aplicable a nuestras vidas, familias, relaciones interpersonales, comunidades y países, y puede tener un impacto significativo en la forma en que convivimos con los demás, generando paz y armonía. Es un llamado urgente a mantener ordenados, cuidados y supervisados todos los aspectos de nuestra vida, tanto interna como externamente. Esto enviará un fuerte mensaje de que nos preocupamos por nuestra salud física, mental, emocional y espiritual, y la de los demás y, por ende, motivará a los demás a hacer lo mismo.

Si identificas alguna ventana rota en tu vida, hoy te invito a repararla. De esta manera podrás prevenir y evitar que otros se sientan motivados a seguir rompiendo y destruyendo en tu vida, y se crearán atmósferas de orden y legalidad a tu alrededor. Esta reparación debe extenderse también a nuestros entornos físicos: hogares, trabajos, iglesias, empresas, negocios y comunidades, lo que disminuirá la probabilidad de desorden, previniendo delitos, corrupción, vandalismo y daños públicos.

La próxima vez que observemos alguna ventana rota en nuestros lugares de trabajo, comunidades, iglesias o familias, aunque sintamos la tentación de romperla un poco más o de romper otra ventana, tomemos la sabia decisión de no repetir el daño. Más bien, decidamos “reparar”, en lugar de destruir, pues de seguro hacerlo bien nos bendecirá a nosotros y a nuestras generaciones.

A pesar de que otros lo hagan mal, nosotros hagámoslo bien. Si sembramos descuido y desorden, cosecharemos caos y delincuencia. Pero si sembramos cuidado y respeto, cosecharemos armonía y paz. Así que, hagamos nuestra parte para sembrar las semillas de la paz en nuestras familias y comunidades, sin olvidar que el cielo es el límite.

“No se dejen engañar: nadie puede burlarse de la justicia de Dios. Siempre se cosecha lo que se siembra. Así que no nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo, cosecharemos numerosas bendiciones si no nos damos por vencidos” (Gálatas 6:7,9)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

Nataly Paniagua