Bienvenido febrero y tus 29 días, 696 horas, 41,769 minutos y 2.5 millones de segundos de oportunidades.

Visualizo la meta al final del camino, a pesar de mi miopía y como si escuchara el disparo que inicia a una carrera c omienzo a correr con mi mochila en la espalda, pasaporte y boletos en mano, arrastrando mi maleta. No me detengo ante las miradas curiosas o las sonrisas de quienes saben que voy tarde. Mi enfoque es claro: llegar a la puerta de embarcar y tomar el vuelo hacia mi destino.

El camino parece interminable, pero algo poderoso me impulsa. Recuerdo mis años de adolescencia, cuando corría maratones. El anhelo de llegar a mi destino y participar en ese esperado evento me motiva. Sé que la tardanza es mi responsabilidad. Sin embargo, no tengo otra opción más que correr.  Así lo hago, sin detenerme. 

Soy oriunda de la hermosa República Dominicana, una isla llena de gente amable, alegre y hospitalaria. Pero debemos trabajar en un mal hábito: "la impuntualidad". Llegamos tarde a trabajos, escuelas, citas médicas, funerales e incluso a nuestras propias bodas. Transmitimos esta conducta a nuestros hijos, y hasta hemos acuñado la frase “ hora dominicana o hora americana”. Considerando que la primera es sinónimo de "llegar tarde".

La tardanza puede ser el resultado de la falta de organización o preparación. Si nos despertamos tarde, no nos organizamos adecuadamente o simplemente nos confiamos demasiado con el tiempo, podemos llegar tarde y perder la oportunidad de obtener lo que deseamos.

" Llegar tarde se traduce en perder, dejar de recibir o tener que asumir un costo extra". Cuando nos retrasamos, siempre perdemos o dejamos de ganar algo. 

En mi experiencia reciente, perdí un vuelo por llegar tarde y luego tuve que correr para no perder el segundo vuelo. Reflexionando sobre lo sucedido, el Señor habló a mi corazón lo siguiente: “ Cuando estamos tarde para algo, nos toca acelerar el paso”. No es momento para lamentarse, ni mirar atrás, ni alrededor. No debemos detenernos por lo que los demás opinan o piensen, más bien solo nos queda correr, conscientes de que el tiempo perdido no se puede recuperar, pero siempre existe la oportunidad de alcanzar la meta, y aunque no necesariamente lleguemos primero, lo mejor y más importante es poder llegar.

Es posible que hoy te sientas tarde para algo en la vida. Quizás son muchos los proyectos, metas y sueños que sienten se quedaron atrás, engavetados, guardados y hasta olvidados. Quizás sientes que perdiste no solo un avión, autobús o taxi, sino más bien que has perdido años y un sinnúmero de oportunidades en la vida. Sin embargo, siempre habrá una nueva oportunidad de Dios para nosotros y nuestro Dios es especialista en acompañarnos cuando corremos.

En este inicio del segundo mes del año 2024, te invitamos a correr. Toma todo lo que necesitas, tal como yo corrí con pasaporte, pasaje y maleta (pues no podría entrar sin ellos). Dejemos las formalidades y, en ocasiones, olvidemos el protocolo. Quizás, ante algunos observadores, nuestro estilo de correr no sea tan estético, pero lo importante es que tomemos la decisión de acelerar el paso, con miras a llegar a nuestro destino.  También necesitamos trabajar en la puntualidad en todas nuestras actividades diarias, pues esto representa mejora y crecimiento. 

Tal como Dios me ayudó a llegar a tiempo, tomar mi vuelo y finalmente llegar a mi destino para disfrutar de un hermoso tiempo, así lo hará contigo. Así que corre, pues aunque sea tarde, aún puedes llegar. Corre hacia esa universidad para terminar tus estudios, corre tras ese sueño deportivo, profesional, laboral, ministerial, familiar o de hijos. Con fe y disposición, puedes lograrlo. 

El primer requisito para lograr llegar es un cambio de mentalidad, pero unos buenos y cómodos zapatos tenis tampoco vienen mal. En la ruta debemos acompañarnos  de personas (familia, hermanos y amigos) que sumen al proyecto de acelerar el paso para llegar después de la tardanza. Gente que nos de ánimos, que nos impulsan en la carrera.  Las malas vibraciones, los comentarios negativos y las declaraciones contrarias no merecen nuestra atención. Dejemos atrás a los matadores de sueños y corramos, corramos y corramos, sin detenernos hasta la meta y el propósito de Dios, sabiendo que el tiempo es un regalo de gran valor y lo debemos cuidar.

Podrá llover en la carretera o el tráfico empeorar, pero aunque debamos ir más lento, no debemos detenernos, pues el límite de nuestra carrera es el cielo.

"Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:13)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

Nataly Paniagua