Nos encontrábamos sentados en el piso de nuestra casa, al lado de nuestro pequeño pero creativo árbol de Navidad. Mis hermanos menores, mi madre y yo, parecíamos una escena sacada de una de esas icónicas películas navideñas de antaño.

Ese día, habíamos recibido una gran caja de regalos enviada por mi padre desde donde se encontraba en ese momento. Según recuerdo escuchar a los adultos conversar, mi padre se había embarcado en una aventura hacia la "Isla del Encanto" en busca del sueño americano y la mejora del estilo de vida de su familia. Sin embargo, yo, una niña de poco menos de siete años no podía entender cuál era el encanto de que mi papá no estuviera con nosotros esa Navidad.

Mientras observaba la gran caja, estaba extasiada y expectante. Mi corazón latía con fuerza, pensando que pronto mi papá saldría de ella. Creía que mi oración había sido respondida y que el primer hombre que amé y al que había extrañado tanto durante esos meses, saldría de improviso de esa caja. Con su hermosa sonrisa, me tomaría en sus fuertes brazos y me haría girar por el aire, mientras yo también reía a carcajadas.

Finalmente, la caja se abrió y mi madre comenzó a sacar varias cosas de ella. Eran regalos para todos, hermosos detalles para mí y mis hermanos, que mi madre nos entregaba animadamente a cada uno según correspondía. Mi padre había dedicado tiempo a escoger cada regalo, los había marcado con nuestros nombres y se había esmerado en enviar muchas de las cosas que hasta ese momento no habíamos tenido, pero sí anhelado. Recibí en mis brazos una hermosa muñeca de trapo, con una espectacular melena roja que le caía hasta la espalda. Recuerdo haberle pedido esto a mi papá varias veces, siempre había anhelado una muñeca así. Aunque mi rostro se iluminó con una sonrisa por el regalo recibido, en mi corazón sentí un frío casi parecido al que se sentía aquella noche de invierno en nuestra pequeña casa. Veía que la caja estaba quedando vacía y él aún no aparecía. Cuando ya no quedaba nada en la caja, me asomé a ella y, empinada como pude, miré dentro esperando aún desde mi inocencia encontrar lo que anhelaba mi corazón, pero él no estaba ahí. Mi papá aún no había regresado.

Ese día y a mi corta edad entendí que el verdadero motivo de la Navidad es más que regalar detalles materiales. Es más que muñecas de trapo con largo pelo rojo. Ese año aprendí que la Navidad es amor, presencia, cercanía, estar juntos, abrazos y besos, así como reír y girar por los aires en los brazos de mi papá.

La palabra Navidad, significa nacimiento. Y nombra a una de las principales fiestas del año en todo el mundo. Para los que hemos creído en Jesús, esta época representa el advenimiento de nuestro Señor y Salvador. Quien trae consigo esa agradable brisa que nos recuerda al pesebre, rodeado de humildad, en el que nuestro Señor decidió nacer. Un mensaje que grita que no solo es Rey por la opulencia ni las riquezas materiales, sino más bien es Rey por el amor, la humildad y la entrega con la que dejó el cielo para venir y morir por toda la humanidad. El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Ese es el más hermoso regalo de Navidad.

Desde ese día abriendo aquella caja de regalos, he vivido más de tres décadas y la Navidad es para mí una de las épocas más hermosas del año. Les cuento que mi papá unos meses después regresó. Y unos años más tarde, recibí al Señor Jesús en mi corazón, y nunca más me sentí sola. También aprendí a regalar y a recibir regalos. Pero lo que más disfruto en esta época del año es poder estar y compartir con los seres que amo.

Hoy te invito a celebrar la Navidad. Que podamos dar agua al que tiene sed, comida al que tiene hambre. Entregar esperanza envuelta en luces de colores y villancicos. Compartir con aquellos que no tienen nada. Que sirvamos las mesas con los protocolos adecuados, pero llenas de amor. Que abracemos con fuerza a nuestros padres, parejas, hijos, hermanos y allegados. Que, con el encendido de las luces en el árbol, también encendamos la luz del amor que brota desde nuestros corazones y que estas luces iluminen y regalen paz, sonrisas y felicidad en esta época hermosa y especial.

Que esta navidad podamos "estar ahí", más que físicamente, disponibles para los que nos aman. Hoy podemos dar un hermoso regalo de Navidad, tomando de referencia el mejor y más hermoso regalo que ha recibido la humanidad: la llegada de Jesús. Y recordemos que el cielo es el límite.

 

«Pero el ángel dijo: «No tengan miedo. Miren que traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: "Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad"» (Lucas 2:10-14 NVI)

«Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y contemplamos su gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. (Juan 1:14 NVI)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Nataly Paniagua