Bendigo al Padre por el regalo de compartir de sus maravillas en mi vida.  A ustedes mis queridos lectores, les digo nuevamente:  Gracias, por seguir aquí conmigo.

 

Recuerdo una temporada de mi vida cuando rondaba los veinte años. Era medianoche y las lágrimas caían de manera incontrolable por mis mejillas. Mientras todos en casa dormían, yo me encontraba en mi lugar secreto, aquel espacio que había destinado para tener mis tiempos de oración, búsqueda e intimidad con Dios. Cada lágrima tenía un nombre. Lloraba por todo lo que habíamos vivido, por lo que no fue, a pesar de cuánto lo anhelé y, finalmente, lloraba por lo que sabía que nunca más sería.

Ahí estaba yo, en medio de aquel funeral que había preparado. Después de intentar retenerlo durante tantos años, tuve que verlo morir. Lo preparé, llevé a cabo el velatorio y finalmente lo enterré. Con la certeza dolorosa de que nunca más volvería a verlo, olerlo o sentirlo. Finalmente lo miré y acaricié por última vez. Lo dejé ahí y me volví de espaldas, caminando cabizbaja y sin mirar atrás. Sin embargo, a la mañana siguiente fue el comienzo de un nuevo y más brillante día.

La vida que Dios nos ha regalado sobre la tierra está llena de ciclos. Algunos son naturales, como las estaciones del año o el día y la noche. Otros son personales, como las etapas de la vida o las relaciones. La Real Academia Española (RA) define un “ciclo”, del latín cyclus, como período de tiempo o cierto número de años que, acabados, se vuelven a contar de nuevo. Es interesante ver cómo en esta definición se revelan dos partes esenciales, un inicio, pero también un final.

Cerrar ciclos consiste en despedir, terminar, dejar ir, aceptar la pérdida, reconociendo que algo ha llegado a su fin y que es hora de avanzar. No se trata de olvidar, sino de aprender y utilizar este tiempo como trampolín para saltar a la nueva escena. El telón debe bajar, para luego subir y revelar la próxima escena de nuestra vida. Tiene que ver con soltar, desapegarnos, sin miedo, sabiendo que habrá una nueva página en blanco acompañada de nuevas oportunidades. Es finalizar capítulos, hayan sido estos muy buenos y los hayamos disfrutado, o bastante malos, los cuales agradezcamos despedir. Es una decisión que, aunque duele, nos asegura avanzar, continuando el camino y creciendo en esta maravillosa ruta de nuestra vida.

En mi experiencia personal, cerrar ciclos está asociado a la muerte, ya sea esta física o emocional. Es saber que esa persona, sentimiento, lugar o espacio ya dejaron de existir, al menos para mí. Y esto necesariamente amerita vivir un duelo con todas las fases que implica: incredulidad o shock, negación, rabia o ira, negociación, depresión, aceptación, decisión de seguir adelante.

Para cerrar ciclos de manera sana, debemos reconocer que ha terminado y aceptarlo. En este proceso es necesario permitirnos que afloren las emociones, sin reprimirnos ni juzgarnos.

Mientras experimentaba esa primera experiencia personal cerrando un ciclo emocional, tuve que tomar la decisión de reconocer que había entregado demasiado tiempo, fuerzas y recursos y que había sacrificado mi avance. A pesar de esto lloraba, tal cual el ritual propio de las despedidas. Era consciente de que no encajaba, no aportaba y no bendecía, aun así, fue doloroso. Pero no me mató, más bien me hizo más fuerte, para enfrentar y tener capacidad de cerrar puertas cada vez que es necesario, pues cada proceso nos fortalece y se hace menos doloroso cada vez.

En este día, y a propósito de que está por concluir este año 2023, te invito a cerrar ciclos. Toma la decisión de soltar, despedirte, llorar. Prepara el velatorio, entiérralo, acarícialo por última vez si quieres, pero finalmente déjalo ir. Permite que en ese espacio entre lo nuevo de Dios. No esperes más esa llamada, no dejes abierto ese hueco, pon un cerrojo fortificado y prepárate para este nuevo ciclo, esta nueva escena y los nuevos actores que habrá en ella. Recuerda que, aunque parezca el final, Dios no ha terminado contigo. De seguro amanecerá de nuevo y el cielo es el límite.

 

“Todo tiene su momento oportuno; hay tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: tiempo para nacer y tiempo para morir; tiempo para plantar y tiempo para cosechar; tiempo para matar y tiempo para sanar; tiempo para destruir y tiempo para construir; tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para estar de luto y tiempo para bailar; tiempo para esparcir piedras y tiempo para recogerlas; tiempo para abrazarse y tiempo para apartarse; tiempo para buscar y tiempo para perder; tiempo para guardar y tiempo para desechar; tiempo para rasgar y tiempo para coser; tiempo para callar y tiempo para hablar; tiempo para amar y tiempo para odiar; tiempo para la guerra y tiempo para la paz.” (Eclesiastés 3:1-8 NVI)

 

¡Feliz y bendecida semana!

  

Nataly Paniagua