Y ahí estaba yo, otra vez sentada en mi banco preferido ubicado en un parque de la hermosa zona colonial de Santo Domingo, admirando la maravillosa arquitectura que decora esta zona histórica y turística de mi país. Confieso que mientras rondaba los veinte años, ese lugar se convirtió en un refugio para mí. Cuando tenía alguna situación difícil y la carga se hacía insoportable, necesitaba despejar mi mente, descansar y relajarme, entonces ese era un lugar al que decidía ir. Era un tiempo difícil en mi vida en el cual cuestionaba a Dios, considerando que el proceso en el que me encontraba era demasiado para mí. Mientras las lágrimas corrían por mis mejillas, tal cual caían las hojas de los árboles en esa triste tarde de otoño, absorta en mis pensamientos, sentí una presencia a mi lado. Cuando miré vi a un mendigo, vestido en harapos y cubierto de mugre, que cargaba un gran saco y que desprendía un hedor insoportable. Al instante quise ponerme en pie, sin embargo, algo me detuvo a observar lo que él hacía. Al parecer a él también le gustaba sentarse en “mi banco”.

Ignorando completamente mi presencia, el recién llegado colocó su saco en el suelo y empezó a rebuscar en él.  Finalmente sacó un plato desechable, el cual abrió y con sus manos sucias inició a comer de lo que contenía el mismo. Parecía que disfrutaba un manjar que probablemente recogió de la basura. Al mirarlo, mis ojos nuevamente se llenaron de lágrimas. Pero esta vez, por el estado de la criatura que estaba a mi lado y de gratitud a mi Padre, pues este fue un claro mensaje de su parte, que susurró a mi corazón: “No estás sola. Yo estoy contigo”.

En ocasiones (tal cual ese mendigo que me acompañó aquel día en mi banco), caminamos a la deriva, y por decisión propia llevamos sobre nosotros sacos cargados de dolor, tristeza, desesperación, amargura y falta de perdón. Y a pesar de ser pesados, no los queremos soltar y aun así los buscamos, aunque nos hagan infelices. Sin embargo, el diseño de Dios es limpiarnos, sanarnos, restaurarnos y exhibir su gracia, gloria y misericordias sobre nosotros.

Sentir que estamos solos, entender que las dificultades diarias que enfrentamos son superiores a la de los demás, considerar que nos faltan muchas cosas en la vida, que no saldremos de ese proceso o hasta cuestionar al Creador por lo que estamos viviendo, se torna fácil cuando nos enfrentamos a situaciones de pérdida, rechazo, engaño, enfermedad, tristeza y dolor. Pero debemos reconocer las misericordias de Dios sobre nosotros y entender que la manera de Dios enseñarnos y formarnos no siempre es la menos dolorosa, pero siempre es la más efectiva.

Miremos a nuestro alrededor y consideremos cuan bueno ha sido Dios. Vivamos el proceso, conscientes de que en medio de este aprenderemos y creceremos. Sabiendo que, esta dificultad es leve y de momento, no así eterna, pero que de seguro producirá en nosotros una gloria excelente y mayor, la cual será exhibida a todo el que nos mire.

Hoy te invito a agradecer, entendiendo que tenemos más de lo que necesitamos, y en muchas ocasiones más de lo que merecemos y esto solo es resultado de las misericordias de Dios sobre nosotros, no así de nuestras fuerzas y capacidades.

La vida, la fe, la salvación de nuestra alma, la salud física, mental y emocional, la familia, el amor de una pareja, amigos, un techo y comida sobre la mesa, vestido, la profesión, un lugar al que ir a trabajar, entre otras tantas bendiciones nos acompañan hoy. Y cada una de ellas evidencian el amor y el cuidado de Dios para con nosotros. Por lo que, debemos ser conscientes de que estamos cargados de misericordias de Dios, las cuales se renuevan cada día. Aprovecha hoy las veinticuatro nuevas horas de misericordias que se te regalan y vive, ama y sirve, recordando que el cielo es el límite.

¡El fiel amor del Señor nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan. Grande es su fidelidad; sus misericordias son nuevas cada mañana. (Lamentaciones 3:22-23 NTV)

¡Feliz y bendecida semana!

 

 Nataly Paniagua