Es un regalo que nos encontremos nuevamente. Me bendice cada comentario, texto, nota y testimonio que recibo de ustedes durante la semana, lo cual me evidencia el respaldo de Dios y es un impulso para continuar. Gracias por estar aquí.

La taza de té se precipitó hacia el piso. Intenté detener la caída con mis manos, pero no lo logré. Cayó de manera estrepitosa en el suelo y por el impacto se quebró en varios pedazos. Estaba agrietada por el tiempo y el uso, pero aun así la seguía usando, pues era de mucho valor para mí. Tomé con cuidado cada pieza rota e intenté repararla. Intenté con un adhesivo especial, y aunque se podían ver sus líneas de rotura, y parecía una versión moderna de taza al estilo Frankenstein no me importó, pues yo solo quería conservarla. Amaba demasiado esa pieza de cerámica que me había regalado una de mis mejores amigas.

En la búsqueda de conocer más acerca de la restauración de cerámicas me encontré con una información interesante acerca de la filosofía Kintsugi. Es una técnica centenaria japonesa que consiste en reparar piezas de cerámica rotas y en lugar de disimular las rajaduras y las líneas de rotura, más bien se resaltan y se les otorga un nuevo valor, ya que las partes rotas son pegadas utilizando polvo de oro o plata líquida. Que maravilloso método de restauración. Es poderoso y extraordinario ver la manera en que una pieza que se rompió por alguna caída, golpe o violencia recibida, y que perdió su forma original, dividiéndose o fragmentándose, es tomada y en lugar de ser inutilizada o tirada es restaurada con oro y plata. De esa manera se le otorga a la pieza una nueva vida. A pesar de que no vuelve a ser la misma pieza, de seguro ahora es una pieza única y exclusiva.

Todos nosotros somos piezas y obras de arte maravillosas, creados por un alfarero exquisito para un propósito especial. En el transitar de la vida recibimos golpes, heridas, marcas y cicatrices, lo cual es parte de vivir. Pero en lugar de buscar y recibir sanidad y restauración, algunas veces tomamos el camino de cubrir y ocultar las roturas. Es el temor al rechazo por no ser perfectos y la necesidad de responder a una sociedad que exige -desde mi criterio- que la vanidad y la imagen personal de perfección o parecer perfectos son la clave para el éxito y la felicidad.

Muchos deciden aparentar, en lugar de sanar y ser restaurados. De ahí que cada día abundan las imágenes que inundan las redes sociales y que muestran parejas felices, familias felices, hijos felices y empresas exitosas. Lo cual no es incorrecto, pero no coincide cuando al poco tiempo escuchamos la noticia del divorcio o separación de esa pareja, o al conocer los traumas de esos hijos y uno que otro lamentable suicidio. O al leer la noticia de que esa exitosa empresa se declara en quiebra o es objeto de alguna denuncia por temas de fraudes e incumplimientos legales.

Es imperante ser restaurados, pues mientras estamos rotos y dañados, dañamos a los demás. Se pierden buenas parejas, se destruye la familia, se rompen relaciones personales, laborales y de negocios y cada día nos vaciamos más, lo que finalmente apunta a aislarnos y a que estemos solos. Es que las roturas internas se reflejan en la manera en que tratamos a los demás, pues por más que intentemos cubrir, siempre habrá momentos en los que estas roturas serán visibles.

Hoy te invito a que identifiquemos roturas internas, y tomemos la decisión de reconstruirnos. Tal como en la técnica Kintsugi, tomemos ese polvo de oro que es la gracia de Dios y unamos esos pedazos rotos. Trabajemos la autoestima, reforcemos nuestras habilidades y seamos bondadosos con todos, pero sobre todo con nosotros mismos. Dejemos la autocrítica negativa, aceptemos nuestra historia, enfrentemos esos demonios del pasado y venzamos los traumas, considerando los errores como parte del viaje, pues son muchos los que nos necesitan y esperan de nosotros. Practiquemos la resiliencia y seamos veraces y transparentes. Recordemos que somos imperfectos, pero en las manos de un Dios perfecto que nos perfecciona cada día.

Preparémonos para exhibir nuestras marcas de oro con gratitud, porque ellas nos hacen ser únicos e irrepetibles, recordando que el cielo es el límite.

«Él sana a los que tienen roto el corazón, y les venda las heridas». (Salmos 147:3 DHH)

¡Feliz y bendecida semana!

 

Nataly Paniagua