A inicios de mi matrimonio, en una ocasión visitamos la casa paterna de mi esposo ubicada en lo profundo de la zona sur de nuestro país. Era la temporada de verano. Recién casada, procuraba conocer lo más que podía las costumbres de mi nueva familia, e integrarme a ellas poco a poco. Para esa visita, me animé y me ofrecí a apoyar en el proceso de cocinar para todos. No he sido una experta en las artes culinarias, pero ahí me encontraba yo con el reto de cocinar en aquel hermoso “fogón” de leña. Toda una novedad para alguien que nació y ha vivido la mayor parte de su vida en la ciudad. Me vestí para la ocasión con un vestido de corte imperio floreado, un pañuelo amarrado en la cabeza, las mejillas coloradas producto del calor que genera el fuego (si se puede decir que esto pasa en una piel morena como la mía) y por supuesto, los lentes ahumándose, los que limpiaba ocasionalmente para ver lo que estaba cocinando.  Me sonrío cuando recuerdo esta escena.

Admito que el platillo no me quedó muy bien, pero exponerme a ese escenario me regaló una linda experiencia, pues al salir de ahí desprendía de mi ropa y hasta de mi cuerpo el olor a humo proveniente del fogón. Además, algunas áreas de mis manos, brazos, cabello y hasta la nariz, de una u otra manera estaban salpicados o cubiertos de ceniza. Meditando sobre esa experiencia, pienso que de igual manera ocurre con cada persona, profesional o técnico en un área específica. Pueden ser mecánicos, ingenieros, arquitectos, pintores, maestros, cocineros, madres de niños pequeños, personal de limpieza, ebanistas, contadores o auditores -por mencionar algunas profesiones-, que al estar en contacto y exponerse a sus diferentes áreas y campos de trabajo desprenden cierto olor. Estos adquieren un olor e imagen particular que permite identificar a que profesión o actividad se dedican.

El olor es definido como el conjunto de sensaciones captadas por el sentido del olfato, cuando en la nariz entran las emanaciones transportadas por el aire. Algunos olores pueden ser placenteros, mientras que otros pueden ser molestos. Y es que el olor delata, identifica y expone. Todos tenemos la capacidad de desprender olor -natural de nuestro cuerpo o artificial cuando usamos perfume o aceites-, que bien puede ser un aroma que perfume las vidas o puede ser un hedor que los demás no toleren. Es nuestra decisión a lo que nos exponemos y la manera en que esta exposición afectará nuestro olor que otros percibirán. Podemos elegir la ira, el enojo, la contienda, los conflictos, la mentira, el chisme, el engaño, la enemistad, y seguramente “oleremos” a cada una de estas actitudes no agradables. Y podríamos usar en el cuerpo el perfume más caro, pero este “olor” seguirá ahí.

También podemos elegir ser aroma de amor, gracia, perdón, ternura, misericordia, consejo, servicio, sentido de la amistad, entrega, lealtad e integridad. No dudo que este aroma será placentero y perfumará a muchos, generando en las demás personas atracción hacia nosotros. A nadie le gusta estar cerca del hedor, aunque lo toleren por un tiempo.

Es necesario acercarnos a Cristo para recibir su olor. Y es por eso que, muchos olemos diferente, y esto se debe a Cristo en nuestros corazones. No a una religión, doctrina o dogma, sino sencilla y puramente el olor que proviene de Cristo, el autor y consumador de la fe.

 «Porque para Dios nosotros somos el aroma de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden». (2 Corintios 2:15 NVI)

Hoy te invito a acércate más a Él, y permitir que su aroma te impregne, tan y tan cerca, que se vaya todo hedor de la carne y sus obras. Tan y tan cerca, que sólo tu apariencia, aún sin palabras, refleje y desprenda Su olor. A tomar la decisión en este día de perfumar a alguien con tu aroma y regalarle un día más hermoso y placentero, sin olvidar que el cielo es el límite.

¡Dios te bendiga y disfrutes de una feliz y bendecida semana!

 

Nataly Paniagua