¡De veras que estoy disfrutando ir con ustedes en este maravilloso viaje! Gracias por acompañarme

El primer viaje que recuerdo de niña lo tuve con mi papá. Conducía una motocicleta y yo detrás abrazada fuertemente a él. Recuerdo disfrutar como la brisa golpeaba mi rostro mientras la motocicleta corría. Aun siento como las lágrimas que brotaron sin querer de mis ojos gracias a esa aventura infantil, eran llevadas por el fuerte viento; y mi risa, se perdía entre el aire. No recuerdo claramente el paisaje, pero si recuerdo lo feliz que estaba de ir en aquel vehículo, y más feliz por mi acompañante a quien rodeaban mis brazos.

Desde entonces, he realizado incontables viajes ya sea en tierra, aire o sobre el agua. En cada uno de esos viajes he visto algo nuevo y diferente. He sentido la aprehensión de la salida, las expectativas durante el trayecto y la incertidumbre de lo que encontraré al llegar a mi destino. La vida es un viaje, que inició el día en que como esperma ganamos la batalla hasta el óvulo de nuestra madre y definitivamente tiene un fin, el día en que saldremos de este cuerpo terrenal que nos contiene. Lo más importante del viaje, no es cuando acaba, sino el trayecto que recorremos.

Sinceramente, pienso que la vida es como un viaje en alta mar: hay días de hermoso cielo azul, de blancas nubes y de gran esplendor, donde los rayos del sol iluminan e inundan todo lo que nos rodea y nos da ánimo. Sonreímos, y la brisa nos cubre. Esos días cuando creemos firmemente que todo es posible y nada malo sucederá. Pero también en este viaje existen días en los que se levantan tormentas impetuosas, con altas olas que mojan y cubren a veces la proa de la embarcación, y donde el escenario se tiñe de oscuridad. Pero sigue siendo nuestro viaje, y nosotros los viajeros lo debemos vivir cada día, a pesar de como amanezca el clima.

En ocasiones no necesariamente estamos disfrutando nuestro viaje, pues vamos en el camino pensando en lo que dejamos atrás, lo que nos dolió antes, lo que quedó pendiente, lo que no hemos logrado. O sea, el día gris de ayer, lo tormentoso del pasado. Todo esto ocasiona que no logremos percibir lo hermoso del presente y no disfrutemos lo magnifico del paisaje. Nos volvemos incapaces de apreciar la naturaleza, los colores, el sonido, el sol brillante, la lluvia, la brisa, solo por mencionar algunos de los maravillosos regalos que el Señor nos obsequia día a día. En ocasiones, también se nos hace difícil disfrutar del viaje, debido a que los acompañantes que hemos elegido para hacer con nosotros el trayecto no han sido una buena opción y los cuales en algún momento debemos dejar. Conscientes de que también otros se nos unirán en el camino.

El diseño de Dios es que vivamos cada día al máximo, sean estos días soleados o de tormenta, viviéndolos como si cada uno fuera el último. Llenos de fe, con ganas, creyendo que cada uno de ellos trae su propio afán, pero sabiendo que en todos ellos tenemos un acompañante quien es más que especial. Alguien que desde el principio y hasta el final será parte de nuestro viaje. Siempre estará con nosotros en la barca.

«Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20b DHH)

Hoy te invito a que dejes de preocuparte por todo lo que sabes está impidiendo que disfrutes el viaje de tu vida a plenitud, y lo sueltes. Considera tomar de aprendizaje todo lo que has visto, escuchado y sentido hasta el momento. Y durante este hermoso viaje de tu vida, disfruta cada momento: vive, respira, sonríe, ama, besa, abraza, perdona, olvida, sana, descansa, levanta el rostro, disfruta el sol, siente la lluvia fresca cubrirte y renuévate, porque aún queda mucho por recorrer. Mientras tanto, sigue disfrutando el viaje, y recuerda mientras lo disfrutas que cuando este termine, iremos a un viaje mucho más excelso, pues nuestro final destino es el cielo.

¡Muy feliz y bendecida semana!

 

Nataly Paniagua