¡Qué alegría que nos encontremos nuevamente! Quiero agradecerte por acompañarme en esta hermosa aventura de “crecer juntos” y por dedicar de tu tiempo a leerme y recibir lo que Dios está poniendo en mi corazón para cada semana. ¡Me bendice que estés aquí!

A la edad de cinco años y considerándome ser una “niña grande”, cargué en mi espalda a mi hermano José Israel, quien es solo un año menor que yo. Empecé a correr por toda la acera de nuestra casa y en ese momento jubiloso en el cual él se reía felizmente cabalgando sobre su hermana mayor, tropecé, cayendo de bruces y golpeándome todo el rostro. Mi madre asustada corrió detrás de nosotros y nos levantó a mí y a mi hermano, para darse cuenta de que su niña tenía todo el rostro ensangrentado. Al caer me había enterrado una pequeña piedra en la frente. Estaba bastante asustada y adolorida y gritaba con gran ímpetu y estruendo. Mi madre me consoló. Y cuando ya me encontraba más calmada, me extrajeron la piedra, limpiaron la zona afectada, y medicaron la herida, cubriéndola luego para que no se expusiera. Este fue mi primer accidente importante en el cual sufrí una herida física, de la cual aún conservo una cicatriz.

Una herida se define como una lesión, normalmente sangrante, que se produce en los tejidos exteriores del cuerpo como consecuencia de un corte, una caída, un accidente, un disparo, un golpe, entre otros. En función del tiempo de evolución las heridas se clasifican en agudas, por ser de corto tiempo, y en crónicas, cuando persisten durante un período prolongado. Dependiendo de dónde y cómo nos lastimamos las heridas pueden ser pequeñas o grandes, superficiales o profundas, penetrantes o punzantes. Pero todas tienen en común que generan trauma y producen dolor al que las recibe. En lo interno podría decirse que una herida es una impresión profunda que deja en alguien un sentimiento doloroso. O es al menos lo que recordamos.

El cuerpo humano, en su intento por regenerarse de manera saludable ante una herida, inicia un proceso de sanación que, dependiendo de la herida recibida, dejará al final una marca o cicatriz. Esto evidencia la sanidad. Una cicatriz se define como un parche de piel permanente que crece sobre una herida. También se dice de la marca que queda en la piel después de cerrarse una herida. Las heridas duelen, las cicatrices no duelen, pues solo son marcas que dan evidencia del proceso por el que se pasó.

Luego de esta primera herida ocasionada por esa caída física importante que tuve de niña, he sufrido otras más. Algunas me han producido gran dolor y han requerido un largo proceso para sanar, otras por su parte han sido más pequeñas y han cicatrizado fácilmente. Siempre el proceso de curar ha sido doloroso, pero al final al ver esa capa (costra) que se forma y va tomando el lugar de la piel roja y sangrante es una bendición. Más de una vez por estar removiendo la zona herida llegué a quitar la capa y sí que fue doloroso, pues tuve que empezar de nuevo el proceso de cicatrizar.

En lo físico esto es así, pero también es así en lo interno de cada uno de nosotros. Como seres humanos hemos recibidos golpes, ataques, traiciones. Hemos sido golpeados, afectados y en muchas ocasiones hemos caído, provocándonos esto heridas sangrantes y bastantes dolorosas. Algunas hemos pensado que nos destruirían y que no sanaríamos nunca, pero no fue así, aún estamos aquí. Una herida que se demora en cicatrizar es una puerta de entrada libre a las infecciones. Si una herida no cicatriza o el proceso es más lento que lo normal, el riesgo más importante es que se pueda infectar y esto puede condicionar una infección sistémica o que aumente de tamaño y desarrolle una gangrena en la zona afectada. Por eso es necesario trabajar arduamente para que las heridas -físicas y especialmente las emocionales -se conviertan en cicatrices. Se hace propicio limpiarlas, curarlas y cubrirlas, permitiendo que sanen.

Muchos mantienen vivas heridas que llevan años, las cuales ya hieden, y hay “áreas” que están podridas con peligro de extenderse a otras zonas si no lo han hecho ya. En muchos otros hay síntomas ya de gangrena permanente, pues no han decidido olvidar, perdonar y sanar. En cuanto a los cuidados que requiere una herida interna para cicatrizar, el Señor como especialista de la sanidad en su Palabra nos indica que:

 “Él sana a los de corazón quebrantado y venda sus heridas.” (Salmos 147:3 NVI)

 “Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados.” (Isaías 53:5 NVI)

 “Porque yo restauraré tu salud y sanaré tus heridas”, afirma el Señor.” (Jeremías 30:17 NVI)

Hoy te invito a tomar la decisión de vivir sin dolor. Considera verificar cuales heridas dentro de ti aún no han sanado. La prueba clave es tocarlas y si duelen, ahí está la respuesta… aún no han cicatrizado. Procede a desinfectarla en la mañana y por la noche con el antiséptico poderoso llamada oración, luego aplica una buena cantidad del ungüento llamado perdón, y cúbrela con el parche más poderoso llamado amor. De seguro que muy pronto ya no dolerá. Y mientras cicatrizas, prepárate porque el cielo es el límite.

¡Muy feliz y bendecido día!

 

Nataly Paniagua