De una misma fuente nunca podrán salir dos corrientes de agua diferentes. El fruto que es visible al exterior a su vez es un reflejo de la esencia propia del interior, de lo que realmente tenemos dentro, lo que portamos y que por ende ofrecemos a los demás.

¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada? Hermanos míos, ¿Acaso puede dar aceitunas una higuera o higos una vid? Pues tampoco una fuente de agua salada puede dar agua dulce. (Santiago 3:11-12 NTV)

“Nadie puede dar de lo que no tiene”. Esta clásica, sencilla y simple frase es poderosa y no puede contener mayor realidad en ella. En su expresión más básica indica que no se puede entregar lo que no se posee.  Por lo tanto, la manera en que reaccionamos ante las diferentes situaciones de la vida, así como respondemos de manera natural a un cuestionamiento, a un ataque o maltrato, o ante una acción propiciada por los demás, será real y efectivamente correspondiente con lo que tenemos dentro de cada uno de nosotros.

 Si de nuestro interior puede brotar una respuesta amable, llena de bondad o mansedumbre, esto evidencia que eso es lo que poseemos en nuestro interior. Pero si, por el contrario, expresamos palabras maldicientes, declaraciones de ruina o derrota, esto también será una evidencia de que en nuestro interior portamos maldad, amargura y rencilla. Es que sencillamente, de la abundancia de nuestro corazón hablará nuestra boca, responderán nuestras manos, mirarán nuestros ojos, oirán nuestros oídos y manifestarán nuestros pies. Nadie puede dar lo que no posee. Sí puede simular, pero en el momento menos pensado saldrá a luz lo que tiene dentro en realidad. Por eso hay tantos usando máscaras, pintura y maquillaje, pero eso pronto se diluirá, pues no es permanente ni duradero.

En la Palabra de Dios, específicamente en el libro de los Hechos de los Apóstoles, capítulo 3, versos del 1 al 11, el apóstol Pedro muestra con evidencias como alguien da lo que tiene, aunque no necesariamente sea lo que los demás esperan recibir.  Es poderosa la escena en la que vemos un cojo-lisiado de nacimiento extender sus manos pidiendo limosna. Él había entendido que por su discapacidad solo estaba habilitado para pedir, no se creía capaz de generar ingresos de otra manera. Mas bien se acostumbró por muchos años a solo esperar que alguien pasara por la puerta de la iglesia (lugar donde decidió estar), y desde ahí interceptarlo para pedir alguna limosnita. Cuando Pedro llega cargado de gracia y poder, la vida de este señor toma un giro histórico, pues de lo que tenía el apóstol, le dio. No era dinero tal cual el pidió, pero era sanidad física, lo que realmente el necesitaba.

 “Pedro le dijo: «Yo no tengo plata ni oro para ti, pero te daré lo que tengo. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y camina!”. (Hechos 3:6 NTV)

Dar es más que extenderle a alguien una ayuda en medio de su aparente necesidad. Es poder conectar e identificar lo que realmente esa persona necesita, es poder ser empáticos, prestar atención, mostrar interés por ellos y sin dudar, conforme a la voluntad de Dios responder a esa necesidad. De lo que tengo te doy, y lo que tengo para dar es amor, sanidad, gozo, palabras de afirmación, perdón y abrazos. Y sé que cuando doy de todo esto a los que lo necesitan, Dios obrará en ellos.

Las personas están cargadas de situaciones familiares o laborales difíciles, problemas de salud o necesidad financiera. Pero podemos ser para ellos un instrumento de gozo y de alegría, no que les haga olvidar sus situaciones, pero sí que les haga entender que no están solos y que hay un Dios Padre que cuida de ellos, y está ordenando todo lo que necesita orden en el proceso que están atravesando. He aprendido que Dios nos hace coincidir en el escenario con un necesitado, nos lleva a nosotros y también trae al que debe recibir.  El cojo iba con el propósito de pedir limosna, Pedro iba a orar a la iglesia, pero Dios les afectó la agenda a ambos, para cambiarles las vidas. Damos y recibimos a la vez.

Hoy en este nuevo inicio de mes, donde de seguro hay nuevas oportunidades, quiero que digas conmigo: “Se lo que porto, hay esencia de vida en mí. Alguien vendrá a mi buscando saciar su hambre y sed humana, pero su verdadera necesidad va más allá de estos anhelos que manifiesta. Dios quiere usarme como canal de bendición y que dé de lo que tengo, para evidencia de su gloria y maravilla.” Y te invito a dar a alguien una sonrisa sincera que le saque una sonrisa también y un abrazo caluroso que derrita el frio de su corazón. Dale agua al sediento, pan al hambriento, comparte de lo que Dios te ha dado.

¡Y prepárate porque el cielo es el límite!

¡Dios te bendiga!

 

Nataly Paniagua