Eran las 8:30 de la mañana del miércoles 29 de octubre del 2014 en un centro médico de la zona este de mi país, y entre cansancio y lágrimas derramadas, divisaba el rostro más hermoso que hasta entonces había mirado. Irradiando una luz cegadora parecida a un ángel ahí estaba ella, mi Abigail, la primogénita de mami. Pude sentir en esta escena la máxima expresión del incomparable amor de Dios. Ella era tan perfecta y hermosa que no podía creer que la había llevado dentro de mí por nueve meses. Pero si, era real, ella estaba ahí y yo era la portadora y responsable que este fabuloso propósito llegara a esta tierra. ¡Nació viva!, ¡Es una niña! ¡Aquí está tu bebé! Fueron las frases más hermosas que pude haber escuchado, y creo sin dudar que ha sido una de mis más hermosas escenas de todas las primaveras de mi vida.

En ese momento, el dolor ya no era importante. Eran solo un recuerdo lejano las náuseas y los vómitos, la fatiga, los dolores de espalda, los cambios de ánimo, las emociones descontroladas o el dolor en el nervio ciático. Todo había pasado a la historia, pues mirarla ahí y escucharla gritar fueron suficiente para opacar todo lo demás. Ese día y por pura gracia el cielo me llamó “Mamá”. Cerca de cinco años después, ya para el año 2019, el miércoles 3 del mes de abril a las 8:45 de la mañana, nuevamente otro hermoso rostro iluminó mi vida. ¡Ahora era un príncipe, el más hermoso que yo haya visto, mi amado Josué, la dulzura de Mami! No creí que pudiera sentir de nuevo esa sensación, ni ese amor, pero ahí entendí que las portadoras de vida estamos diseñadas para amar sin medida a cada uno de esos ángeles que tenemos el privilegio de traer a la tierra, los cuales son propósitos y regalos de Dios.

“Los hijos son un regalo del Señor; son una recompensa de su parte.” (Salmo 127:3 NTV)

He recibido otros tres regalos más de parte de Dios. El primero, para el año 2014, su nombre es Randy. Llegó a mi vida a la edad de catorce años como un regalo envuelto, al momento de casarme. Es el primer hijo biológico de mi esposo. Luego, en el año 2018 recibí por herencia y con ocho años a mis sobrinas gemelas Marie Liz y Liz Marie, como resultado del fallecimiento de mi hermana Lissaura. Por gracia de Dios soy madre de cinco hijos, a los cuales tengo el privilegio de enseñar, formar, cuidar y dirigir.

Yo decidí tomar ese regalo de Dios y “dejarlos nacer”. Y también decidí abrir el corazón para los regalos heredados, aunque no los procreé. Y aunque esta travesía que camino es de más de nueve años, reconozco que muchos momentos se vuelven caóticos, evidenciado en las paredes marcadas con sus obras de arte, los muebles pintados de crayolas,  juguetes por toda la casa, así como noches de desvelos al cuidar sus sueños, internamientos en centros médicos por alguna enfermedad, esa pérdida de toda intimidad hasta en los lugares que deben ser íntimos y de esas rabietas sin más, pero es hermosa y todo vale la pena cuando miro sus caritas. Es ahí donde todas mis defensas y deseos de independencia se disuelven, cuando me llaman “Mamá, Mami o Mamita”, porque los míos tienen varias versiones para llamarme, pero todas y cada una de ellas son hermosas. Y cuan hermoso es sentirlos, por ejemplo, cuando me agarran un mechón de pelo o me acarician la oreja, así como cuando me regalan un masaje. En cada uno de esos momentos he anhelado que se detenga el tiempo, para que no crezcan y tomen el rumbo de sus vidas lejos de mí. De veras que a veces deseo amarlos más.

Ser portadora de vida, llevarlos dentro, traerlos, cuidarlos, direccionarlos y guiarlos mientras están en la tierra es el trabajo que Dios nos encomendó como sus hijas. Fuimos escogidas para el trabajo más especial que se puede tener en esta modalidad terrenal.

Tú, hermosa mujer que me lees y que fuiste portadora de vida y hoy esa vida ya no está en la tierra, a ti te digo: eres mamá, bella, dulce, frágil y fuerte a la vez. Y aunque tu regalo ya volvió a su lugar de origen: la presencia de Dios, siéntete bendecida por el tiempo, aunque fuera corto, que Dios te regaló ver ese rostro hermoso. También te digo hoy, prepárate porque Dios no ha terminado contigo, aún tiene otros regalos para ti. Y a ti mujer, que tienes tiempo ya esperando por ver alguna carita que salga de ti, prepárate, que creo sin dudar, que para el próximo año en esta fecha estarás abrazando tu milagro, ¡en el nombre de Jesús!

Hoy, y a propósito de que el mes de mayo es el mes donde en la mayor parte del mundo celebramos el día de las Madres, y de manera particular en mi país Republica Dominicana, lo celebramos este domingo pasado, aprovecho para compartir mi historia. Esto sin dejar de considerar que todos los días son día de las madres.

Finalmente, te invito desde la posición de hija, a amar tu madre, a sanar tu relación con ella, mejorar los canales de comunicación, honrarla con todo lo que tienes y atesorar cada momento que aun esté aquí. Como madre, te invito a darte, con todo lo que eres y tienes, pues, aunque a veces sientas que no lo haces bien, Dios te recuerda que te dotó de todo lo necesario para ser “Mamá”.

¡Felicidades hermosa portadora de vida!

¡El cielo es el límite! ¡Dios te bendiga!

 

Nataly Paniagua