¡Dios te bendiga! ¡Qué bueno que nos encontramos nuevamente!

A finales del mes de octubre del año 2017 en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de un hospital de nuestra ciudad capital, se debatía entre la vida y la muerte un señor que podría estar en sus cincuenta años. Se encontraba en esta sala como resultado de un cuadro cerebral, y había estado en coma por varias semanas. Recuerdo que me encontraba en ese momento en la misma sala debido a mi hermana menor. Ella había recién dado a luz a su primera bebé, pero su presión arterial se elevó al punto de una eclampsia severa. La doctora encargada de la UCI me comentaba del estado de salud de mi hermana, y mientras hizo una pausa para referirse al vecino que estaba acostado en la cama de al lado, ella indicó – lo ves a él, pronto saldrá de esta, pues tiene grandes deseos de vivir, su actitud es fuerte y firme– y como si la escuchara desde su inconsciencia, el señor que acompañaba a mi hermana en esa sala y que peleaba con ímpetu por su vida, poco tiempo después despertó y ese día hasta comida pidió. Me quedé meditando por un buen tiempo en la afirmación de la doctora y la mejoría que fue mostrando el paciente, el cual al casi de inmediato fue trasladado a una habitación normal y luego dado de alta.

Reflexioné sobre la actitud de este señor que se recuperó. La actitud se define como el comportamiento de un individuo frente a las diferentes circunstancias de la vida. Es la manifestación o el ánimo con el que respondemos a una determinada situación que se refleja a través de una actitud positiva o negativa. La actitud positiva permite afrontar una situación tomando más en consideración los beneficios por encima de las desventajas que pueda ofrecer esa realidad.  Es una forma sana, positiva y efectiva de reaccionar. Por el contrario, la actitud negativa solo se enfoca en lo que no se puede realizar y no permite a la persona sacar provecho de la situación que se está viviendo, lo cual lo lleva a sentimientos de frustración y resultados desfavorables en los objetivos planeados.

La manera en cómo reaccionamos antes situaciones difíciles determinará hasta donde llegaremos en nuestro crecimiento personal. Es indudable que estamos siempre expuestos a situaciones adversas, pero es también claro que en cada situación nuestra actitud será la que determine el fin. Puede ser que hemos recibido un diagnóstico de enfermedad, de pronto estamos desempleados o terminamos una relación muy importante para nosotros. O podría ser que un ser querido fue llevado a la presencia del Padre celestial de manera repentina, o tuvimos que cerrar un negocio donde invertimos tiempo y dinero, pues no obtuvimos lo planeado. Cual sea la circunstancia por la que estemos atravesando, tenemos dos opciones disponibles:  deprimirnos y lamentarnos acerca de lo que pasó, pero sin realizar ninguna acción de cambio. O comprender y creer que existe una solución, asumiendo que esta experiencia se convertirá en un hermoso testimonio de la misericordia de Dios y su bello propósito sobre nosotros. Esta actitud positiva siempre está motivada por la fe. Una fe de que vendrá algo mejor y de que no es final.  Te invito a creer que Dios aún no ha terminado contigo y afrontar con ánimo de crecer la situación que estas viviendo. Te fortalecerá, te hará resiliente y así día a día podrás enfrentar todo, sin desmayar, resurgiendo de las cenizas y siendo más fuerte.

Te dejo con la siguiente instrucción que nos regala la Palabra de Dios, para fines de crecer en cuanto a buena actitud se refiere:

 «Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto piensen». (Filipenses 4:8 RV1960)

 ¡Dios te bendiga!

 ¡Prepárate para volar, porque el cielo es el límite!

 

Nataly Paniagua