Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre. Te alabo porque estoy maravillado, porque es maravilloso lo que has hecho. ¡De ello estoy bien convencido! No te fue oculto el desarrollo de mi cuerpo mientras yo era formado en lo secreto, mientras era formado en lo más profundo de la tierra. Tus ojos vieron mi cuerpo en formación; todo eso estaba escrito en tu libro. Habías señalado los días de mi vida cuando aún no existía ninguno de ellos. (Salmo 139: 13-16 DHH)

Mi madre ha sido una pieza clave en mi vida. De ella heredé el arte para el canto, así como para la escritura. Pero si hay algo que me ha marcado profundamente en nuestra relación madre e hija es que ella cree en mí y en mis capacidades. Siempre me dijo y me dice que puedo hacerlo, ¡que lo lograría y que no hay límites! Decía eso a pesar de que, en mi niñez, siendo parte de una familia con cincos hijos y habitando en una de las zonas más socialmente vulnerables de nuestra ciudad. En aquellos tiempos, hubo momentos de precariedad en algunas áreas de nuestras vidas.

Desde niña fui objeto de rechazo, racismo y clasismo, recibiendo actitudes no tan agradables de parte de muchas personas por mi color de piel, mi boca grande, mis piernas aparentemente más delgadas del estándar que “el mundo” aprueba. Escuché un sinnúmero de apelativos desagradables para nombrarme, pero esto no logró afectar lo que ya en mi corazón estaba fijado: ¡¡que yo era especial y tenía un propósito en esta vida!!

Pero a la edad de trece años esa burbuja que se había creado en mi a través de los comentarios alentadores de mi madre, explota, como cual aguja que pincha y hace estallar.  En estado de ebriedad y entre gritos mi padre dijo una de las declaraciones más terribles que una niña de esa edad podía recibir: “Yo te amo, eres lo más hermoso para mí. Pero si tu no hubieras nacido, yo habría terminado mi carrera, tendría un mejor empleo, fuera más feliz, pues yo me casé con tu madre porque tu venías en camino”.

¡¡Sentí que pasó una eternidad en la que el shock dio paso al razonamiento y a una afirmación final que a partir de ese momento se fijó en mi cerebro y corazón ¡¡«eres un error»!! Un evento no planeado debido a un descuido y el entendimiento de que no había llegado a esta tierra porque alguien decidió que así fuera, sino por un fortuito.

Por tres largos años batallé internamente con este sentimiento y aunque era muy hábil para aplicar psicología inversa en mis acciones, en mi interior se incrementaba un vacío inexplicable. Hasta que un día, a mis dieciséis años, Dios con una voz tierna me habló y trajo a mi vida Su palabra a través del libro de Jeremías 1:5 y el Salmo 139:13-16.  

“Antes de darte la vida, ya te había yo escogido;

antes de que nacieras, ya te había yo apartado;

te había destinado a ser profeta de las naciones.”

Jeremías 1:5 (DHH)

“Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo;

tú me formaste en el vientre de mi madre.

Te alabo porque estoy maravillado,

porque es maravilloso lo que has hecho.

¡De ello estoy bien convencido!

No te fue oculto el desarrollo de mi cuerpo

mientras yo era formado en lo secreto,

mientras era formado en lo más profundo de la tierra.

Tus ojos vieron mi cuerpo en formación;

todo eso estaba escrito en tu libro.

Habías señalado los días de mi vida

cuando aún no existía ninguno de ellos.”

Salmo 139: 13-16 (DHH)

Su Palabra me cubrió cual lluvia fresca, haciéndome entender que no llegué a este espacio temporal llamado tierra y en esta modalidad carnal llamada cuerpo de manera aleatoria o por “casualidad”. Sino que un Dios perfecto se tomó un tiempo especial en diseñarme, en decidir a quienes uniría para que saliera el producto hermoso que soy con cada una de mis virtudes y oportunidades de mejora día a día.

Agradezco a mi madre esas primeras afirmaciones que aportaron de manera incomparable a la formación de mi identidad, y luego a mi Padre Dios por revelarme el propósito para el cual llegué a esta tierra. La llave que quiero regalarte en esta palabra que te comparto hoy es: IDENTIDAD.  Recuperamos nuestra identidad como hijos de Dios al aceptar a Jesucristo en nuestro corazón y es la identidad que debes definir y fijar para poder pasar de oruga a mariposa. Y cada día con tu crecimiento en tu relación con Él puedes volar para bendecir a otros en afianzar su identidad como hijos de Dios.

Quizá tienes una historia parecida a la mía. O sencillamente las declaraciones y afirmaciones negativas de los demás sobre quién eres te han afectado de manera tal que has perdido tu identidad o no la has podido definir de acuerdo al propósito de Dios en tu vida. 

A lo mejor el «bullying» o acoso ha logrado anular tus dones, inactivar tus talentos y paralizar tu capacidad creativa. Pero quiero decirte algo en este día, como un recordatorio, para los que lo han olvidado, y una declaración para los que aún no lo creen ¡¡no eres un error!!, eres un propósito latente que camina sobre esta tierra. 

¡Eres especial, único e irrepetible, nadie más tiene siquiera tus huellas dactilares!

¡Bendiciones! 

Nataly Paniagua