Mientras reíamos de todo y de nada al mismo tiempo, las horas en el reloj se deslizaban sin que lo notáramos. Aquella tarde fue un regalo: después de mucho tiempo, ese querido amigo y yo nos encontramos nuevamente. Sentados en el balcón, compartimos galletas y café, disfrutando del sabor de la compañía y la calidez del reencuentro. Cada conversación nos llevó a retroceder veinte años en el tiempo, evocando situaciones y momentos que marcaron nuestras vidas de manera profunda. Desde aquellos días en los que nuestra delgadez era casi un poema, hasta las celebraciones y fiestas donde cantábamos juntos, pasando por los momentos de dolor en los que nuestras lágrimas fueron las únicas compañeras de nuestros silencios. La capacidad de este amigo para hacerme reír, la fuerza de nuestra amistad inquebrantable, el profundo conocimiento y la intimidad que compartíamos llenaban el aire de una conexión tan genuina que solo el tiempo y la verdadera amistad pueden forjar.

Hablamos de la familia, de nuestras parejas, los hijos, el trabajo, el ministerio, de aquellos que se fueron y de los que llegaron. En fin, de todo lo que habíamos dejado pendiente, y de lo que aún nos quedaba por compartir. Me sorprendí al darme cuenta de que, aunque había pasado tanto tiempo desde nuestro último encuentro, la sensación era que no habían transcurrido más que unos pocos días. Parecía que la conversación había continuado justo donde la habíamos dejado, como si el tiempo, en realidad, no hubiera podido interrumpir la magia de nuestra amistad.

Es vital acompañarnos de personas que nos hagan reír hasta que nos duelan las entrañas y nos salten las lágrimas, aquellos con los que podemos ser nosotros mismos, sin máscaras, sin miedos ni barreras. Son esos amigos con los que nuestra esencia se revela en su forma más pura. Con ellos, el tiempo se vuelve relativo, y lo único importante es simplemente estar presentes. La verdadera amistad no tiene que ver con la cantidad de tiempo que pasa entre los encuentros, sino con la profundidad de los momentos compartidos.

Recordar es vivir, y vivir, más allá de simplemente existir, es revivir esos momentos, es hacer que lo vivido siga presente a través de las personas especiales que tenemos a nuestro lado. Esas personas que se convierten en hermanos, en enfermeros cuando necesitamos cuidado, en cocineros cuando las palabras no alcanzan, en choferes cuando nos sentimos perdidos, y en acompañantes cuando el camino se torna incierto. Ellos son los que realmente dan sentido a nuestra vida, quienes nos enseñan que la verdadera riqueza no está en lo material, sino en las conexiones que forjamos. 

Recuerdo que, a pesar de las dificultades y momentos de dolor que he atravesado en el camino de la amistad, un día Dios me habló y me dijo algo que quedó grabado en mi corazón: — “No los invites a la fiesta, porque, por más que los invites, cuando lleguen a la fiesta no estarán en la lista, porque la lista la hago Yo” —. Esa lista, la de los verdaderos amigos, no la podemos crear nosotros; es una lista que solo Dios sabe cómo definir. Pero cuando la encuentras, sabes que todo tiene un propósito.

A ellos debemos abrazarlos, cuidarlos, consentirlos y, sobre todo, hacerles espacio en nuestra agenda. Hacer lo que esté en nuestras manos para que nunca falten, porque ellos son los que hacen que la aventura de la vida sea más sencilla, más rica y, sobre todo, más especial.

Hoy agradezco profundamente a todos los que forman parte de mi lista, ellos saben quiénes son porque nunca he dejado de expresarlo. Tenerlos en mi vida es un verdadero regalo. A muchos de ellos les debo varios cafés, que pronto, Dios mediante les pagaré, porque, sencillamente, a su lado, vale la pena estar.

Y a ti que me lees, te invito hoy a que te detengas por un momento y pienses en ese “alguien” que sabes es parte de tu lista de amigos especiales, pero que tal vez has dejado lejos por el ajetreo de la vida, por la agenda apretada, por los afanes cotidianos. Haz el esfuerzo de conectarte con ellos. Invítalos a un café, un té, o incluso un helado. Será un tiempo que no solo disfrutarás, sino que te recordará lo importante que es parar y estar presente. 

Porque al final, mientras seguimos nuestro viaje hacia nuestro destino final: el Cielo, los momentos de risa, los de compañía sincera, y los de conexión profunda son los que realmente nos hacen sentir vivos. Vivir, de verdad, es saber compartir, reír y crear recuerdos con aquellos que te hacen sentir que el tiempo no pasa en vano, de ellos es necesario hacernos acompañar.

 

«En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia».

(Proverbios 17:17 RVR1960)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

Nataly Paniagua