Una vez más, me encontraba preparando mi maleta para el esperado campamento de jóvenes. Habían sido meses de anticipación, organizando todo para este evento que, cada año, reunía a los jóvenes de nuestra iglesia, quienes eran bendecidos a través de la Palabra, la música y la convivencia. Y allí estaba yo, de nuevo, empacando mi maleta. Sí, literalmente para solo tres días y dos noches, pero mi maleta estaba cargada de todo: productos de belleza para el cabello, la piel y el cuerpo, prendas cuidadosamente combinadas para las noches de actividades, ropas para las mañanas de oración, e incluso los trajes de baño… que, al final, ni siquiera llegué a usar ni el 60%.
En esos años de juventud y adolescencia, solía viajar cargada. Pensaba que necesita estar preparada para cualquier situación, aunque muchas veces era innecesario. Al regresar a casa, gran parte de la ropa terminaba guardada en el closet sin haber sido utilizada, y yo, exhausta de tanto cargar de un lado a otro, me preguntaba: ¿realmente necesitaba todo esto?
Con el pasar de los años, he entendido que el concepto de "viajar ligera" no solo aplica a lo físico, sino también a lo emocional y espiritual. En cada campamento, al empacar mi maleta, sentía la necesidad de llevar más y más, convencida de que eso me haría estar mejor preparada para cualquier cosa que pudiera suceder. Pero, al final, me di cuenta de algo profundo: muchas veces, cargamos más de lo que realmente necesitamos, no solo en nuestros viajes, sino en nuestra vida diaria.
Viajar ligeros significa soltar lo que no suma. En esta aventura de la vida, a menudo llenamos nuestras "maletas" con preocupaciones, miedos, rencores, expectativas y pensamientos limitantes. Pensamos que todo esto nos prepara para el futuro y nos protege, pero lo único que logramos es sobrecargarnos y dificultar el camino. El viaje se vuelve más lento, más cansado, y nos impide disfrutar de las bendiciones que tenemos frente a nosotros. Aprender a soltar esas cargas innecesarias es un acto de sabiduría y liberación.
Aunque sigo aprendiendo día a día, al “viajar ligera” descubrí una libertad que va más allá de lo físico. Cuando dejamos de aferrarnos a lo que no podemos controlar —ya sean objetos, recuerdos o incluso expectativas— abrimos espacio para lo nuevo, para lo que realmente importa. En mi vida, soltar significó dejar ir el miedo al juicio de los demás, soltar inseguridades, el rechazo, vivir un día a la vez, bajar la velocidad y aceptar que no necesito tener todo bajo control para ser feliz. A veces, las bendiciones más grandes llegan cuando nos liberamos de la necesidad de “tenerlo todo”.
El viaje más importante no es solo el físico, sino el interior. Cuando aprendemos a viajar ligero, también encontramos paz, incluso en medio de las dificultades. Ya no nos dejamos atrapar por las preocupaciones, porque entendemos que las cargas que realmente importan son las que nos fortalecen: la fe, el amor y la gratitud. Así, nos convertimos en personas más resilientes, capaces de enfrentar lo inesperado con un corazón ligero, lleno de esperanza y apertura.
Viajar ligero es una invitación a vivir con propósito, siendo conscientes de lo que realmente necesitamos para ser felices. Es un recordatorio de que, en la vida, las cargas innecesarias solo nos frenan, nos agotan y nos limitan. Al soltar lo que no sirve o no es útil, abrimos espacio para recibir lo que realmente está destinado a nosotros: paz, bendición y sabiduría. Porque a veces, lo mejor no está en lo que llevamos, sino en lo que somos capaces de dejar ir. Y, mientras caminamos ligeros, nos acercamos un poco más a nuestro destino final: el Cielo.
«Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es fácil y mi carga es liviana». (Mateo 11:28-30 NVI)
¡Feliz y bendecida semana!
Con cariño,
Nataly Paniagua