Se mira en el espejo y, al observar las cicatrices que adornan su rostro y cuerpo, siente una mezcla de nostalgia y aceptación. Lo que para otros son simples marcas, a menudo vistas con curiosidad o desaprobación, para ella representan algo mucho más profundo. Cada cicatriz es un testimonio de lo vivido, de cuánto ha amado, de cómo ha sufrido, y de cuán plenamente se ha entregado. En su corazón, ya no son simplemente huellas de sufrimiento, son: “cicatrices de amor”, recibidas en momentos de sacrificio, de valentía, de entregarse sin reservas. Aunque eso significó perder parte de su belleza exterior. Cada cicatriz cuenta la historia de sus decisiones, de su pasión y de su capacidad para darlo todo por lo que ama y cree.

Las cicatrices no son señales de debilidad, sino de fortaleza. Nos recuerdan que, a pesar del dolor, seguimos de pie, seguimos amando, seguimos creciendo. Son huellas del proceso de transformación, de cómo, a través de las adversidades, encontramos nuestra verdadera esencia.

En esta aventura de la vida todos llevamos cicatrices. Y no me refiero solo a las marcas visibles que nos deja el tiempo o el dolor físico, sino también esas huellas invisibles que se graban en nuestro corazón. Las cicatrices que marcan el rostro o cuerpo de una persona no son solo imperfecciones superficiales; sino símbolos de historias vividas, de decisiones tomadas y de emociones profundas. Lo que para muchos puede ser “una imperfección”, para esa persona es el recuerdo de todo lo que ha amado, de los sacrificios hechos, de cuánto se ha entregado.

Las cicatrices, tanto físicas como emocionales, son la evidencia más pura de que hemos vivido. Muchas veces las vemos como algo negativo, algo que debemos ocultar. Pero en realidad, son símbolos de fortaleza. Cada cicatriz cuenta una historia de sufrimiento, sí, pero también de valentía, de crecimiento y, sobre todo, de amor. 

¿Cuántas veces has tenido miedo de mostrar tus cicatrices, de compartir tus historias de sufrimiento o sacrificio? Tal vez has tenido miedo de ser juzgado o parecer vulnerable. Pero, en realidad, cada vez que ocultamos nuestras cicatrices, estamos ocultando una parte de nuestra historia, de lo que nos hace quienes somos.

El valor de entregarse completamente, de amar con toda el alma, de ser auténticos en cada decisión, a veces nos cuesta. A veces, ese amor nos puede dejar cicatrices. Pero esas cicatrices son las que realmente definen nuestro crecimiento personal. Cada vez que te entregas a algo con el corazón, ya sea en una relación, un proyecto, un sueño o en una causa, te expones a la posibilidad de salir herido, pero también a la oportunidad de sanar y aprender.

Es fácil pensar que, al sufrir, nos volvemos más débiles, que perdemos algo en el proceso. Pero lo que realmente sucede es que nos transformamos. Cada desafío, cada cicatriz, es una lección que nos hace más fuertes y sabios. Si observas tus cicatrices, tanto internas como externas, ¿puedes ver el crecimiento que han provocado en ti? Cada vez que te has levantado después de una caída, cada vez que has seguido adelante a pesar del dolor, has dado un paso más hacia tu mejor versión.

El camino hacia el crecimiento personal no es fácil ni rápido, pero es en esos momentos de vulnerabilidad donde encontramos nuestra verdadera fuerza. En lugar de escondernos de las cicatrices, deberíamos aprender a abrazarlas, a verlas como medallas de honor que reflejan nuestra capacidad para enfrentar la adversidad con coraje y determinación.

Si alguna vez te has sentido avergonzado de tus cicatrices, quiero que recuerdes algo importante: ellas son el reflejo de tu capacidad para amar, para arriesgarte y para crecer. No te escondas de ellas, no las veas como algo que debas ocultar. Aprende a verlas como lo que realmente son: testigos de tu valentía, de tu evolución y de tu autenticidad. No importa cuántas cicatrices tengas, lo que realmente importa es cómo las llevas. 

Así que, la próxima vez que te mires al espejo, !celebra tus cicatrices!. En lugar de avergonzarte de ellas, permite que te guíen en tu camino hacia el crecimiento personal. Porque en cada cicatriz hay una historia de amor, de lucha y de transformación. Y esa es la verdadera belleza que reside en ti. Ellas son la evidencia de todo lo que has vivido, de todo lo que has aprendido, y lo que te ha convertido en la persona fuerte y resiliente que eres hoy. Mientras esperamos con esperanza nuestro destino final: el Cielo.

 

«Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados». (Isaías 53:5 RVR1960)

 

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

 

Nataly Paniagua