Un hombre caminaba alegremente con destino a Jericó cuando, de repente, fue sorprendido por la maldad. Unos bandidos desalmados lo asaltaron, despojándolo de sus ropas, golpeándolo con fiereza y dejándolo al borde la muerte. A lo lejos un líder de la fe apareció en el sendero, vio al herido, pero en lugar de detenerse decidió rodearlo y continuar su camino, ignorando la escena desoladora. Luego un artista-músico pasó tarareando una de sus canciones, apresurándose hacia su presentación y al verlo tampoco se detuvo. 

Pero cuando todo parecía perdido para aquel hombre, como una luz en medio de la oscuridad un hombre de Samaria, tradicionalmente considerado un enemigo, vio al desdichado. Su corazón se conmovió de profunda compasión. Con decisión se acercó, lavando y curando sus heridas con gran ternura, luego con cuidado lo levantó y lo montó en su medio de transporte para finalmente llevarlo a una posada, donde se aseguró de que recibiera el cuidado necesario.  

Esta historia, presentada en el Libro de Lucas 10:30-37, es una poderosa expresión de empatía, misericordia y amor. La lección más importante que nos deja es un llamado a detenernos ante el dolor ajeno. El samaritano no se detuvo a considerar la nacionalidad, o la historia del hombre herido; Simplemente vio a una persona en necesidad y decidió actuar

En nuestra vida diaria, es fácil dejar que las diferencias nos separen. Pero ¿qué pasaría si todos decidimos ver más allá de esas barreras?  Ser el samaritano de alguien nos convierte en agentes de cambio. Nos recordamos a nosotros mismos que cada persona tiene una historia, un dolor y una lucha y merece ser escuchada. Al acercarnos con empatía, no solo ofrecemos ayuda, sino que también construimos puentes y fomentamos la comprensión.

Sanar a alguien no solo implica curar heridas físicas; también es un símbolo de sanación emocional y espiritual. En nuestro viaje de superación personal, debemos preguntarnos: ¿cómo puedo ser un sanador en la vida de los demás? A veces, serlo significa escuchar sin juzgar, ofrecer palabras de aliento o simplemente estar presente en momentos difíciles.

He aprendido que ser el samaritano de alguien va más allá de la religión o de nuestra posición social; es un acto de amor genuino que trasciende las apariencias y las palabras. En la historia del Buen Samaritano, vemos cómo un líder de la fe pasa de largo cuando debió detenerse, al igual que el artista-músico que tampoco se toma el tiempo para ayudar. Muchas veces, en nuestra prisa por cumplir con nuestras agendas y en nuestro apego a la religión, nos resulta difícil detenernos a mirar al herido y, aún más, dedicar tiempo a sanarlo. Sin embargo, observar a alguien levantarse de su lugar de tormento y dolor es una de las mayores bendiciones de la vida.

Sentir la responsabilidad de ayudar nace de la compasión que llevamos en nuestros corazones. El principio de tratar a los demás como nos gustaría ser tratados es la base del amor al prójimo. La acción del samaritano de pagar al posadero representa el compromiso que tenemos hacia los demás. No se trata solo de un acto momentáneo de bondad, sino de un compromiso a largo plazo con el bienestar de quienes ayudamos. En nuestra vida, esto puede traducirse en ser un amigo leal, ofrecer apoyo continuo o abogar por aquellos que no pueden hacerlo por sí mismos.

Hoy te invito a reflexionar: ¿Eres el samaritano de alguien? ¿Quién en tu entorno necesita que lo levantes? Puede ser un familiar o amigo en crisis, un compañero de trabajo abrumado o incluso un desconocido que necesita un gesto amable. Recuerda que ser el samaritano no siempre implica grandes sacrificios; a menudo, son los pequeños actos de bondad los que generan el mayor impacto.

La historia del Buen Samaritano nos llama a actuar con compasión y valentía. Cada uno de nosotros tiene el poder de ser un samaritano en la vida de alguien, levantando a quienes están caídos, sanando sus heridas y brindando el apoyo que necesitan.

En un mundo a menudo dividido, tu capacidad para ser un agente de empatía y amor puede cambiar vidas. La próxima vez que veas a alguien en necesidad, recuerda: tú puedes ser el samaritano que marca la diferencia. ¡Atrévete a actuar! Mientras esperamos nuestro destino final: el Cielo

 

«Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él». 

(Lucas 30:33-34 RVR1960)

 

«Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo». 

(Mateo 22:36-38 RVR1960)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

Nataly Paniagua