Mi madre posee una voz extraordinaria, y de ella heredé el don del canto. Durante mi infancia, su melodiosa voz de mezzosoprano llenaba nuestro hogar con música. Cada sábado, tras una semana escolar intensa, esperaba con ansias el momento en que ella encendía la radio y desplegaba su extenso repertorio de LPs. Desde ahí surgían canciones de grandes artistas, muchas de ellas mujeres. Con nuestras escobas y suapes convertidos en micrófonos improvisados, y uno que otro paño de limpiar que girábamos en el aire, transformábamos la rutina de limpieza en un vibrante espectáculo musical. Juntas, entonábamos a todo pulmón las canciones de nuestras artistas favoritas, dejando que la música llenara cada rincón de nuestra casa con alegría y complicidad.

No obstante, hubo dos períodos oscuros en los que el canto de mi madre se apagó. Primero, al despedir a su madre, y luego, al enfrentar la devastadora pérdida de su propio hijo. Durante cada uno de esos tiempos, el silencio reemplazó las notas que solían resonar en nuestro hogar. El dolor en su corazón era tan profundo que la música parecía haberse retirado por completo de su vida. Su voz, en duelo, guardó silencio mientras el peso de la pérdida de sus seres queridos se hacía sentir. Sin embargo, incluso en la ausencia de melodías, su fuerza y amor persistieron, como una promesa de que el canto regresaría, más fuerte y lleno de esperanza, resonando una vez más en nuestras vidas. Y así fue...

Estas experiencias difíciles y otros y otros tantos momentos que he atravesado en esta aventura de la vida me han enseñado una lección invaluable sobre el poder de la música y cómo refleja nuestros estados emocionales.  La melodía que entonamos no es simplemente una expresión artística, sino un reflejo de nuestro interior. Cuando cantamos con alegría, irradiamos felicidad y energía positiva que contagia a quienes nos rodean. Pero también es válido reconocer que en los momentos de tristeza, el canto puede ser una forma de sanar, de encontrar consuelo y liberar las emociones que de otro modo quedarían atrapadas dentro de nosotros.

Reflexiono diariamente sobre cómo muchos han dejado de cantar, incluso en la privacidad de su propio espacio. Entiendo que esta ausencia de canto puede ser causada por la tristeza, la amargura o el dolor, o simplemente porque alguien les ha hecho sentir que no lo hacen bien, que carecen de afinación o de talento. Sin importar las razones, lamentablemente, esto ha conseguido apagar la llama del canto dentro de ellos.

Por mi parte, he aprendido a cantar en medio del dolor, incluso frente a los féretros de mis seres queridos. En medio de la alegría, el dolor y la carga emocional, sin importar lo que estemos atravesando, el canto es y seguirá siendo un recurso poderoso para vivir, compartir y ser. Canto en los momentos de dicha y felicidad, en medio de la tristeza e incluso con dolor, ya sea en la privacidad de mi baño, en mi habitación, en momentos íntimos con mi Dios o frente a un gran público.

Creo firmemente en la capacidad de crear nuestros propios momentos de canto, improvisar karaokes y tomar objetos cotidianos, tal como solíamos hacer mi madre y yo. Usábamos escobas, desodorantes, vasos, cepillos de pelo, entre otros, convirtiéndolos en improvisados micrófonos. Siente el micrófono en tus manos y deja que el artista que llevas dentro surja sin límite, ni reservas.

Por eso, no importa cuán difícil sea el camino que atravesemos, debemos cantar sin reservas. Incluso cuando estemos solos, nuestra voz puede convertirse en un faro de esperanza y fortaleza. No se trata solo de la melodía que creamos, sino del poder transformador que tiene sobre nuestra propia alma la música y sobre aquellos que nos rodean. 

Quizá hoy no comprendas por qué el canto no brota de ti, quizá no te has detenido para reflexionar sobre por qué ni siquiera emerge un tarareo o un susurro de tu interior. Pero te invito a evocar esos cantos de regocijo. Es probable que la tristeza, el dolor, la decepción o la amargura hayan silenciado tu voz, pero hoy te invito a rememorar esos días en los que el canto unía nuestras almas, tanto en la dicha como en el pesar. 

Cada nota que entonamos es un testimonio de nuestra capacidad para superar las adversidades y encontrar la luz en los momentos más oscuros. Que nuestra canción jamás se apague, pues es nuestra mejor manera de celebrar la vida, con toda su belleza y complejidad, mientras esperamos nuestro destino final: el Cielo. 

Hoy te invito a cantar, ¿Cantamos juntos? 

 

"Cantaré al Señor toda mi vida; mientras yo exista, cantaré salmos a mi Dios. Que le sea agradable mi meditación, pues en el Señor encuentro mi alegría". (Salmos 104:33-34)

 

"Canten salmos al Señor, porque ha hecho cosas grandiosas; que esto se dé a conocer por toda la tierra. Aclama y canta con júbilo, habitante de Sion, porque grande es en medio de ti el Santo de Israel." (Isaías 12:5-6 NVI)

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

 

Nataly Paniagua