Una vez más, se encontraba en el cuadrilátero, con los ojos empañados y llorosos por los golpes recibidos. El deseo de rendirse se alzaba como un titán. Cada gota de sudor que caía de su frente parecía mezclarse con lágrimas de sangre, reflejando su angustia. En ese instante, pasaron por su mente las horas, los días, las semanas y los meses de sacrificio, renunciando a tantos placeres para prepararse meticulosamente para este combate. Sabía que ceder ahora significaría un punto de no retorno. Ahí estaba la toalla, sostenida por su entrenador, quien escudriñaba sus ojos hinchados en busca de una señal de seguir o detenerse. 

Como un rayo de sol que penetra por la hendija de una ventana al alba, recibió una oleada de determinación. Alzando la mirada borrosa al cielo, vislumbró el futuro y cada palabra de grandeza que había sido pronunciada sobre él. Con una inyección de fortaleza, se levantó con las últimas reservas de energía que le quedaban. Dejando atrás hacia su entrenador y la toalla que él sostenía, caminó hacia el centro del ring. Decidido, volvió al combate.

En la vida, como en el boxeo, todos enfrentamos momentos cruciales donde la adversidad parece abrumadora. Nos encontramos en nuestros propios "cuadriláteros" peleando sueños, metas y proyectos. Para alcanzar la victoria, debemos enfrentar batallas que a veces parecen imposibles, tanto internas como externas, definiendo quiénes somos en el proceso. Al igual que la victoria forma parte del combate, la decisión de no rendirse en el campo de batalla es crucial.

Rendirse equivale a soltar y dejar de creer en el potencial que Dios ha depositado en cada uno de nosotros. Nuestros oponentes nos golpearán y caeremos, sintiendo que la noche nunca terminará. Pero nuestro entrenador supremo, Dios, nunca ha perdido una batalla; Él siempre está con nosotros.

Podemos encontrarnos en nuestros propios "cuadriláteros", con los ojos llenos de lágrimas y el corazón agitado por los desafíos que enfrentamos. La tentación de rendirnos puede parecer insuperable, especialmente cuando cada esfuerzo se siente como lágrimas de sangre. Las críticas, el engaño, el abandono y las traiciones de quienes menos esperamos, junto con la murmuración, el menosprecio, el desánimo y la sensación de estancamiento, son fuerzas que intentan hacernos rendir, perder el entusiasmo y abandonar nuestros sueños.

Desde mi propio "cuadrilátero", enfrento diariamente desafíos y la constante tentación de rendirme en los roles que Dios me ha encomendado como esposa, madre, pastora, hermana y profesional. En esos momentos, mi herramienta más poderosa es levantar mis ojos y manos al cielo, recordando que mi ayuda y fortaleza provienen Dios.

Sé que tú también te encuentras en tu propio camino de lucha y crecimiento. Por eso te invito hoy a no subestimar tu capacidad para superar obstáculos y alcanzar metas. Cada desafío es una oportunidad para fortalecerte y avanzar hacia la persona que estás destinado a ser. Levántate con determinación y enfrenta tus desafíos con valentía. En cada paso adelante, encontrarás el poder para convertir tus sueños en realidad. La victoria espera a aquellos que persisten con pasión y fe en su propio potencial.

Hoy te animo a recordar que los momentos de debilidad son naturales en cualquier camino hacia el éxito. Decide no permitir que nada te haga abandonar lo que realmente deseas. Utiliza cada golpe y desafío como un escalón hacia tus sueños y verás cómo cada paso te acerca más a la realización personal, profesional y familiar que anhelas.

Recuerda que tú eres el protagonista de tu propia historia. El camino puede ser difícil, pero cada paso te acerca a la mejor versión de ti mismo. ¡No te rindas!, sigue adelante con valentía y confianza, porque Dios aún no ha terminado contigo, mientras te preparas para tu destino final: el Cielo.

 

“ ¿Qué podemos decir acerca de cosas tan maravillosas como estas? Si Dios está a favor de nosotros, ¿quién podrá ponerse en nuestra contra?” (Romanos 8:31 NTV)

 

“¿No saben que en una carrera todos los corredores compiten, pero solo uno obtiene el premio? Corran, pues, de tal modo que lo obtengan. Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener una corona que se echa a perder; nosotros, en cambio, por una que dura para siempre. Así que yo no corro como quien no tiene meta; no lucho como quien da golpes al aire (1era. Corintios 9:24-26).

 

 

¡Feliz y bendecida semana!

 

Con cariño,

 

 

Nataly Paniagua